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Escribir usando los cinco sentidos. Ese fue el reto que nuestra invitada de este mes al Club de Desarrollo Personal y Liderazgo, Patricia Sánchez Cutillas nos propuso.

Dicho así, puede sonar fácil, pero la verdad es que no lo es.

Lo cierto es que nuestra escritura, al igual que lo somos nosotros mismos, es muy visual y auditiva, y eso hace que nos olvidemos y que cada vez nos resulte más difícil incluir el resto de los sentidos. Sin embargo, al igual que utilizarlos todos nos permite conocer de otra forma la realidad, cuando introducimos el menos habitual en la escritura – el olfato – le añadimos profundidad y verosimilitud a lo que contamos.

De hecho, el sentido del olfato ha sido muy importante para la humanidad. Así, nos permitía tomar decisiones en torno a cosas tan importantes como cazar o comer frente a huir; o nos elevaba al mundo de los dioses, ayudándonos a cruzar el umbral de otro nivel de la existencia. Sin embargo, hoy casi ha desaparecido de nuestras vidas y, salvo en determinados supuestos (como el olor corporal en determinadas ocasiones), se encuentra perfectamente camuflado o es ignorado por la mayoría.

Pese a ello, la ciencia médica lo tiene claro: el sentido del olor es el que más nos ayuda a recordar, de ahí su aplicación en determinadas enfermedades relacionadas con la memoria; los expertos en marketing, también saben de su relevancia: muchas técnicas de neuromarketing lo emplean. Por tanto, ¿no deberíamos intentar darle sino protagonismo, cierta presencia en nuestra vida y en nuestra escritura?

El olor puede afectar nuestro estado anímico. Causarnos desde bienestar hasta irritación.

Llegados a este punto, todos estábamos de acuerdo en que sería interesante y, por ello, nos pusimos manos a la obra.

Comenzamos leyendo un fragmento del conocido libro de El Perfume, de Patrick Süskind. ¿Qué os llama la atención en esta descripción de los olores?

“En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata; las cocinas, a col podrida y grasa de carnero; los aposentos sin ventilación apestaban a polvo enmohecido; los dormitorios, a sábanas grasientas, a edredones húmedos y al penetrante olor dulzón de los orinales…”

Después, comenzamos a trabajar nosotros mismos. Equipados con una mandarina, una cebolla, una patata, otra fruta (aguacates, calabazas, manzanas, plátanos, …) y un perfume, iniciamos nuestro paseo por el mundo de los olores.

Los que participaron podrán contar lo complejo que es encontrar el vocabulario para describir un olor. Algunos se cuestionaron su existencia misma. Y es que, cómo decía aquel popular anuncio: ¿a qué huelen (las nubes), las patatas o las cebollas? Es muy fácil evocar recuerdos con algunos elementos, pero describir su olor, eso, es otra cosa.

Traducir los olores a palabras es muy complejo. Incluso relacionar los olores con algo que no evocar recuerdos respecto a ellos, es muy complicado. De hecho, existe poco vocabulario olfativo en nuestra sociedad.

Patricia nos propuso nuevos ejercicios: personifiquemos un olor, contemos historias a través de los olores, … Poco a poco todos salimos de la sesión entendiendo un poco más cómo poner palabras a los olores y, cómo no, entendiendo porqué es esencial darle importancia a un sentido como éste en la vida y, por supuesto, en la literatura.

A continuación podrás ver un extracto de la entrevista que le hicimos a nuestra invitada a este CDPL.

Si eres miembro, puedes acceder a la Know Box y ver la entrevista completa.

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