Ferrán Ferrando Meliá, nacido en Albocàsser en 1960, estudió literatura, lingüística y antropología en Göttingen y Montpellier, y es doctor en Filología por la Universidad de Bremen. Fue hasta 2014 director de la Escuela de Lenguas de la Universitat Oberta de Catalunya y actualmente dirige el Instituto Cervantes de Múnich.
¿Cuándo llegasteis tú y tu familia a Alemania?
Yo nací en 1960 en Albocàsser (Castellón) y en 1962 mi padre se marchó a Kassel a trabajar en la fábrica de locomotoras Henschel. Mi madre se marchó un año más tarde. Yo, en un principio, me quedé con mis abuelos hasta que con cinco años también me trasladé a Alemania. En esos años, la familia creció, en total somos cinco hermanos, el pequeño ya nació en Alemania.
Por tanto, mis hermanos y yo nos criamos en Alemania. Kassel había quedado totalmente destruida en la II Guerra Mundial, precisamente porque la Henschel, en la que entró a trabajar mi padre, había sido una importante fábrica de armamento. Había sido una ciudad muy bonita, aunque la reconstrucción que se produjo en los años siguientes se hizo con el gusto de la posguerra, a la medida de los coches.
Junto a tu familia, llegaron miles de trabajadores españoles a Alemania en aquellos años, ¿a qué se debió ese fenómeno?
En esos años del milagro económico, Alemania necesitaba mucha mano de obra, sobre todo en sectores como la siderurgia o la industria del automóvil. Entonces fue cuando se creó el concepto de Gastarbeiter o “trabajador invitado” y cuando Alemania comenzó a firmar convenios con otros países para facilitar la llegada de esos trabajadores que necesitaban. El primer convenio se firmó con Italia en 1955, al que siguieron convenios con España, Portugal, Yugoslavia, Grecia y más adelante con Turquía.
Fue todo bastante improvisado, la sociedad alemana no estaba preparada para acoger a tantos extranjeros. Se “invitaba” a trabajadores, pero venían personas, con sus necesidades sociales y culturales. Y también venían sus familias. Se partía de las necesidades de la economía, pero sin tener en cuenta las consecuencias sociales.
¿Cómo vivisteis esta experiencia?
Mis padres intentaron siempre que la familia se integrase lo máximo posible en la sociedad alemana. Muchos de los españoles que llegaron a Alemania en esa época lo hicieron con la idea de trabajar duro, ahorrar mucho y regresar pronto a España, reunir dinero para quizá poder abrir un bar o montar un quiosco. Con esta mentalidad, y puesto que creían que iban a estar poco tiempo en el país, no consideraban necesario integrarse ni que sus hijos aprendieran el alemán. De esa forma, la mayoría de españoles optó por vivir en barrios más marginales, en pisos baratos, y dar a sus hijos la formación en español que se ofrecía en virtud de los acuerdos alcanzados entre España y Alemania en materia de educación.
Sin embargo, mis padres se instalaron en un barrio en el que residían alemanes y nosotros asistimos a un colegio público alemán. Ya entonces, la educación pública alemana era de mucha calidad, además de ser gratuita. En España, no hubiésemos podido permitirnos una educación tan buena. Mis padres pensaron que el mayor beneficio de su estancia en Alemania no era el dinero que pudiesen ganar, sino la buena educación que nos podían dar a modo de inversión en nuestro futuro. Hicieron amistad con los vecinos, iban mucho a la parroquia del barrio. No tenían formación superior, pero sí inquietudes culturales.
¿Teníais contacto con el resto de españoles que llegaron también a Alemania?
Por supuesto, también teníamos contacto con otros españoles con los que practicábamos el castellano. En casa hablábamos valenciano. Durante un tiempo, en base a los acuerdos bilaterales, nos obligaron a asistir un día a la semana a los colegios para españoles. Pero las horas que perdíamos en el colegio alemán, allí recibíamos una formación bastante deficiente, con aulas compartidas por niños de primaria y secundaria.
¿Nunca pensaron tus padres en volver?
Mi padre tenía un buen trabajo en Volkswagen, pero en 1973, al estallar la crisis del petróleo, la empresa empezó a pagar indemnizaciones a los inmigrantes que decidieran regresar a sus países de origen. Durante algún tiempo mis padres se lo estuvieron planteando, pero finalmente decidieron quedarse.
¿En qué se parece la inmigración de los años 60 a la inmigración actual?
Se parece en que la motivación es la misma: lograr un trabajo y una mayor calidad de vida.
La diferencia es que había más precariedad y menos cultura. Ahora España es una sociedad mucho más preparada y abierta. Formamos parte de la Unión Europea y nos hemos acercado a nuestros vecinos sin perder nuestra idiosincrasia. Pero la gran diferencia es el régimen político. En los años 60 en España había una dictadura y ahora llevamos 40 años de democracia. En aquel momento la colonia estaba polarizada, había instituciones y organizaciones afines al régimen y otras de la oposición. En general, los alemanes, que con el impulso del 1968 y la llegada al poder de Willy Brandt también se habían liberalizado, apoyaban a las fuerzas democráticas. Radio Múnich, la radio pública de Baviera, emitía 40 minutos diarios en español donde se informaba y formaba a nuestros compatriotas en asuntos políticos, culturales y prácticos. Allí podíamos conocer una visión profundamente democrática del mundo, una información más libre, a la que los españoles, procedentes del franquismo, no estábamos acostumbrados.
Por otra parte, aquella Alemania tiene poco que ver con la de hoy. Aunque formalmente era una democracia, no se había acabado de despedir de la ideología nazi. Solo hace falta ver el caso del fiscal general alemán Fritz Bauer quien en 1957 supo que el nazi Adolf Eichmann se ocultaba en Argentina, pero tuvo que ponerse en contacto con el gobierno israelí para que éste detuviera a Eichmann. Por ello, no es de extrañar que, cuando llegaron los primeros Gasterbeiter italianos, los alemanes no les acogieran con los brazos abiertos. Era un país orientado hacia EEUU, pero que desconocía la realidad del sur y que no sabía nada de España.
Otra gran diferencia es el nivel de estudios de los españoles que llegan a Alemania. Ahora los que vienen son gente muy formada (arquitectos, ingenieros, profesores, médicos, enfermeros…), que además hablan idiomas. Esas competencias y, en general, el conocimiento de mundo, son necesarias, ya que la mayoría que acude hoy a Alemania lo hace sin un contrato laboral en las manos.
¿Cómo ha ido evolucionando la percepción que los alemanes tienen de los españoles?
Ahora España y Alemania son dos países que se conocen bien. Millones de alemanes pasan sus vacaciones en España y muchos de ellos estudian castellano e incluso catalán o euskera. Son muchos miles los centros escolares, universitarios y de formación de adultos que imparten español. También es importante el volumen comercial entre ambos países y el destino preferido de los Erasmus alemanes es España, por ejemplo.
En general tenemos una buena imagen porque saben que nuestra formación es buena y que culturalmente somos bastante parecidos. Aunque sea un tópico, una habilidad muy nuestra valorada por los alemanes es la capacidad para improvisar. Los alemanes se fían de las reglas y las estructuras y cuando surge algún problema o imprevisto, les cuesta más reaccionar. También valoran positivamente nuestras habilidades sociales y comunicativas. Muchas veces, la presencia de un español dinamiza los flujos comunicativos en el interior de un equipo. A un alemán que empieza a trabajar en España le cuesta entender el retraso con el que se inician las reuniones, hasta que entiende que esos minutos no son tiempo muerto, sino que son útiles para el intercambio informal, añadiendo estabilidad al equipo.
Somos distintos, pero esas diferencias son productivas y enriquecedoras.
¿Es sencilla para un español la adaptación a Alemania?
Hay cosas que cuestan. Para un alemán, por ejemplo, la ley es la ley. Aquí puedes ver a 20 personas esperando a que un semáforo se ponga en verde aunque no se perciba ningún coche ni de lejos. En España, aplicamos más el sentido común, aunque para la creación de instituciones y la evolución de la sociedad nuestro “hecha la ley, hecha la trampa” no sea la mejor base.
Hoy, la alemana es una sociedad hospitalaria, como está demostrando con la acogida que se está dando a los refugiados sirios y afganos. Alemania tuvo que integrar a muchos millones de personas que tras la II Guerra Mundial huían de los rusos, luego consiguió que los trabajadores invitados nos sintiéramos en casa y ahora pueden hacer frente a ese nuevo reto desde la conciencia que dichos flujos han transformado a su país para bien.
¿Qué suelen buscar los alemanes que acuden al Instituto Cervantes?
Como decíamos, los alemanes suelen tener bastante curiosidad en lo relacionado a otras culturas. Antes de viajar a Turquía es probable que un alemán estudie algo de turco, cosa que en nuestro país sin duda ocurre con menos frecuencia. Nosotros preferimos viajar en grupo para no dejar del todo nuestro entorno familiar.
En cuanto al Instituto Cervantes de Múnich, vemos que la población busca información, estímulos, conocer otras realidades. Tiene muchas inquietudes culturales, sociales, políticas e históricas y nosotros tratamos de ofrecer actividades que les ayuden a obtener respuestas.
Próximamente el historiador Julián Casanova pronunciará una conferencia sobre lo que supuso para nuestro país el fin de la II Guerra Mundial. También traemos escritores en colaboración con las editoriales alemanas o proponemos exposiciones, conciertos y otro tipo de actividades que puedan encontrar su público.
Por supuesto, cada centro debe diseñar una estrategia en función a su entorno. En nuestro caso, nos dirigimos a un público culto y con inquietudes, pero a la vez muy selectivo y exigente. Una programación acorde con las expectativas de ese público solo la consigues si tienes socios fuertes, como los que nosotros tenemos por suerte tanto a nivel local como en España e Hispanoamérica. La dificultad está en conocer tu lugar y en diseñar un perfil que conecte. Un curso de arte en castellano puede funcionar en Múnich, pero quizás en otro Instituto Cervantes esté fuera de lugar, por ejemplo.
Al margen de tu trabajo en el Instituto Cervantes, tienes en España (o has tenido) como las de director de la Escuela de Lenguas de la UOC o gestor cultural del Instituto Goethe, ¿cómo se lleva eso de “vivir” en dos países simultáneamente?
Cuando vives a caballo entre dos países y dos culturas siempre echas algo de menos. Nunca puedes tenerlo todo, de forma que debes aprender a disfrutar de lo que tienes en cada momento. Cuando estoy en Alemania echo de menos la espontaneidad, pero cuando estoy en España me apetece tener un poco más de orden, de estructura. Es inevitable pensar que lo ideal sería una mezcla de ambas cosas.
Mi mayor satisfacción es poder contribuir a que estas dos culturas se acerquen y converjan. En cualquier caso, cuestionarse las convenciones de la propia cultura, en comparación con otras, es un ejercicio muy interesante. Todos tenemos una idea clara de cómo deben ser las cosas, pero integrándonos en otras sociedades es cómo descubrimos de que esa idea de partida puede no ser la única. Muchas de nuestras percepciones han pasado por un filtro cultural, son convenciones sociales de las que por lo menos deberíamos de ser conscientes.
Por eso, a todos los españoles que están llegando ahora a Alemania, les recomiendo que traten de integrarse al máximo y que aprovechen esta experiencia, quieran o no quieran regresar a España en un futuro próximo. A la larga, resulta enriquecedor salir de la zona de confort.
El Instituto Goethe se dedica a promocionar la cultura y la lengua alemana, al igual que el Instituto Cervantes lo hace del castellano y nuestra cultura. ¿Qué diferencias existen entre ambas instituciones a la hora de trabajar y de promocionar su tierra?
El Instituto Goethe es la institución paralela que de cierta forma sirvió de referencia para el Instituto Cervantes. Nació en el 1951, por lo tanto tiene 40 años más que el Instituto Cervantes. Ellos cuentan con 160 centros en todo el mundo y nosotros con 90.
La diferencia es que en su estrategia, además de la promoción del alemán y de la cultura alemana, ellos se focalizan mucho en la colaboración a nivel cultural entre países y en la difusión de la imagen de la Alemania actual. En países en vías de desarrollo contribuyen precisamente al desarrollo cultural, con proyectos interesantes como formar a jóvenes directores de cine ayudándoles a realizar películas que luego son presentadas en festivales alemanes. Ellos dicen que difunden la cultura alemana en minúsculas, es decir, la cultura del día a día, la realidad social y no tanto el canon existente en cada una de las disciplinas.
Aquí en Munich, donde por cierto se encuentra la sede central del Goethe-Institut, trabajamos también en esa línea, simplemente porque es la que nos pide el entorno. Eso significa adaptar constantemente formatos y contenidos y también poner nuestros contactos a disposición de los profesionales españoles que deseen establecerse en Alemania.
¿Qué opinas de iniciativas como Blue red Múnich? ¿Qué carencias tienen los españoles que residen en Alemania? ¿En qué necesitan más apoyo?
Blue red es una de las iniciativas muy positivas surgidas de la globalización que vivimos y de la mobilidad de nuestros profesionales. Lo mismo sucede con el CERFA, Científicos Españoles en la República Federal de Alemania. Este tipo de redes se han hecho necesarias porque España dispone del personal formado y especializado que requiere el mercado alemán. Colaboramos con ambas organizaciones, pero tenemos que seguir aunando esfuerzos para abrir puertas. A largo plazo la experiencia profesional e intercultural que esas personas puedan hacer aquí será beneficiosa para nuestro país.
Blue red Múnich es uno de los tres promotores de en un seminario organizado a finales de este mes por el Ayuntamiento de Múnich y la Oficina Laboral sobre cómo montar un negocio en Alemania. Debemos apoyar cualquier iniciativa de este tipo, que impulse la integración y el crecimiento profesional y personal de los inmigrantes llegados a Alemania.