Creativos, innovadores, originales… todos conocemos personas que siempre parecen tener una idea alternativa para romper con la monotonía y el orden establecido. Son personas que no se conforman con la forma tradicional de hacer las cosas, ni en el trabajo ni en su vida privada y, que por tanto, tratan de introducir pequeñas (o grandes) variantes con el fin de mejorar aquello que hacen.
Pero, ¿son estas personas más inteligentes que la media? ¿La originalidad es algo innato en el ser humano? ¿Qué podemos hacer para ser más creativos y originales? ¿Qué hace a un profesional ser el mejor en su campo?
Malcolm Gladwell popularizó la “regla de las 10.000 horas” que viene a decir que si una persona es capaz de invertir este tiempo en desarrollar una habilidad, se convertirá en un experto en ella. Sin embargo, ¿podría ser contraproducente que nos centrásemos en desarrollar casi en exclusiva una habilidad (o campo de conocimiento)? ¿Solo con el trabajo duro y la constancia es suficiente?
Adam Grant, profesor en la Wharton School y columnista en The New York Times, une en su trabajo los campos de la psicología y los negocios. En su último libro, Originals: How Non-Conformist Move the World estipula que las contribuciones creativas dependen de la amplitud (y no solo de la profundidad) de nuestro conocimiento y experiencia.
Es decir, que la polivalencia y la multidisciplinariedad nos ayudan a ser más creativos y originales, a tener una mente más abierta. Por ejemplo, Grant argumenta, que en lo que respecta a los científicos, es 22 veces más probable que los ganadores del Nobel sean además de científicos, actores, bailarines o magos; 12 veces más probable que escriban poesía, obras de teatro o novelas; siete veces más probable que incursionen en las artes y los oficios, y el doble de probable que toquen un instrumento o compongan música. “Nadie obliga a una celebridad científica a participar en actividades artísticas sino que es un reflejo de su curiosidad. Y algunas veces esa curiosidad es la que les lleva a tener destellos de una comprensión más elevada”, comenta Grant en su libro. De hecho, el propio Albert Einstein reconoció que “la teoría de la relatividad se me ocurrió por intuición; la música es el impulso detrás de esa intuición”. Y eso que la relación de Einstein con la música no fue la mejor desde el principio. Su madre le apuntó a clases de violín con cinco años pero él no tenía ningún interés y las abandonó. Fue ya en la adolescencia cuando descubrió a Mozart y empezó a interesarse por la música.
Con el ejemplo de Einstein, Adam Grant, nos viene a decir que la libertad de elegir a lo que queremos dedicar nuestro tiempo influye en nuestra originalidad. Estudios en niños han demostrado que aquellos cuyos padres establecen un rígido horario en el que realizar sus tareas (escolares y lúdicas) se muestran menos creativos que aquellos que, dentro de unos límites evidentemente, tienen libertad para organizar su tiempo y capacidad para decidir en qué actividades participan y en cuáles no.
Estas mismas premisas podrían aplicarse a los adultos y al mundo empresarial. Por todos es conocida “la política del 20%” (ahora de capa caída) por la que Google, una de las empresas más innovadoras del mundo, permitía que sus empleados destinasen este porcentaje de su jornada laboral a proyectos propios.
Por tanto, si queremos ser más originales debemos hacer caso de nuestra curiosidad innata y explorar otros caminos (aficiones, áreas de conocimiento…), que aunque no estén relacionados con nuestra principal actividad, nos resulten atractivos.
Procrastinar, dudar y fallar
Pero además de ser curiosos y sentirse libres de explorar distintos campos, las mentes más originales también procrastinan, dudan y fallan. No son “super” pensadores, se parecen a nosotros más de lo que creemos. O no.
Procrastinar tiene una evidente connotación negativa. Pero esto no tiene por qué ser así. Si vinculamos la procrastinación con la creatividad veremos como no es tan negativa. Las personas más originales son rápidas a la hora de empezar sus proyectos pero lentas a la hora de finalizarlos. Grant sentencia en su libro que el ser pionero en algo no implica ser el mejor en ello. Es mucho más sencillo idear e introducir mejoras sobre una idea que crear algo nuevo desde cero. Para ser original no hace falta ser el primero, ni el más rápido, solo hay que ser diferente y ser mejor. Para demostrar su teoría Grant realizó un experimento en el que pidió a los empleados de una compañía que subiesen a una plataforma ideas para mejorar la empresa. Aquellos que en los primeros días y horas realizaron la tarea (para quitarse el marrón de en medio y seguir con lo suyo) aportaron ideas poco innovadoras; los que se esperaron hasta el último minuto (como era de suponer) escribieron cualquier cosa; mientras que aquellos que estuvieron unos días rumiando en sus cabezas (aunque sea en un segundo plano) sus propuestas de mejora fueron los que aportaron ideas más creativas. Madurar las ideas es importante para el éxito de la innovación.
Por otro lado, las mentes más innovadoras también dudan. Y mucho. Pero cuando una idea suya no acaba de convencerles o fracasa no dudan de sí mismos y de su capacidad sino de la propia idea. En lugar de pensar “no sirvo para esto”, los originales piensan “las primeras ideas nunca son las definitivas, hay que trabajarlas y buscar alternativas”. Y también sienten miedo al fracaso, como todos los mortales, pero sienten más miedo de no intentarlo. Son inconformistas y quieren cambiar las cosas. Y no se rinden. Tienen muchas ideas. Siempre están pensando en cómo mejorar y cambiar las cosas. Y de todas las ideas que tienen, muchas son malas, pero unas pocas son buenas y, por estas, es por las que se les recuerda.
En este TED Talk, Adam Grant, repasa con distintos ejemplos, datos y experimentos, estas tres cualidades que las personas más innovadoras tienen y que, por muchos, son consideradas negativas.