fbpx

Sobre la teoría de que existen distintos estilos de aprendizaje y la creencia de que en función de estos estilos debemos variar nuestra forma de enseñar, se ha escrito mucho. De hecho, son dos ideas comúnmente aceptadas en nuestra sociedad y sobre las que seguro que todos nosotros hemos escuchado hablar alguna vez.

Haciendo un sencillo ejercicio lo podremos corroborar. Si buscamos en Google “estilos de aprendizaje”, obtendremos alrededor de 600.000 resultados solo en castellano. En inglés la cifra impresiona aún más con cerca de 30 millones de entradas en el buscador.

Pero ¿qué son los estilos de aprendizaje? ¿Realmente existen? ¿En verdad conviene adaptar las lecciones en función del estilo que tengan los alumnos? ¿Se obtienen así mejores resultados? ¿Qué dice la ciencia al respecto? A todas estas cuestiones vamos a tratar de dar respuesta en este artículo.

Definiendo los estilos de aprendizaje

La teoría de los estilos de aprendizaje viene a decirnos que, a la hora de aprender, cada estudiante tiene unas preferencias y formas propias de percibir, organizar y asimilar la información y los conceptos.

Existen diversos tipos de clasificaciones de estilos de aprendizaje. Las más populares son quizá las basadas en las inteligencias múltiples de Edward Gardner de las que ya os hablamos en este artículo y el modelo VAK desarrollado por Neil Fleming en 1987 y que vincula los diferentes estilos de aprendizaje con nuestros principales sentidos. De esta forma habrá:

  • Aprendices visuales: prefieren aprender mediante estimulación visual: gráficos, imágenes, símbolos, diagramas, videos…
  • Aprendices auditivos: prefieren aprender por medio del oido a través de que les cuenten historias, les pongan ejemplos y metáforas, se creen debates e intercambio de ideas…
  • Aprendices kinestéticos: prefieren estímulos y movimiento, aprender hacienda, experimentando, tocando y explorando.

Pero estas dos clasificaciones no son las únicas. Otra que está también muy extendida es la de Alonso, Gallego y Honey (1995), autores del libro Los estilos de aprendizaje procedimientos de aprendizaje y mejora, que divide clasifica a los alumnos entre:

  1. Activos: son dinámicos e intuitivos, aprenden probando por ensayo error.
  2. Reflexivos o teóricos: son analíticos y pensadores, aprenden leyendo e investigando.
  3. Imaginativos, sensitivos: aprenden escuchando y compartiendo.
  4. Pragmáticos: se basan en el sentido común, son sensoriales, aprenden practicando.

También las hay que se centran en otros parámetros cómo si nos gusta trabajar de forma individual o colectiva, si somos planificadores o espontáneos o si nuestro pensamiento tiende a ser analítico o global.

¿Qué nos dice la ciencia sobre los estilos de aprendizaje?

Aunque como hemos visto la idea de que existen distintos estilos de aprendizaje es bastante popular, también existen voces críticas con respecto a estas clasificaciones y su aplicación en la educación.

Vamos a coger como ejemplo el modelo de Fleming, que es quizá el más aceptado. En él se clasifica a los alumnos según su sentido “dominante”. La evidencia científica, sin embargo, lo que sugiere es que los sentidos trabajan de forma conjunta por lo que priorizar un solo sentido no tiene sentido si lo que perseguimos es mejorar el proceso de aprendizaje. Más bien lo que estaremos haciendo es desaprovechar las numerosas conexiones que se establecen en el cerebro cuando a este le llegan inputs desde distintos formatos y sentidos.

Para demostrar cómo de unidos trabajan los sentidos, nos ha parecido muy ilustrativo el experimento que podéis ver a continuación. En él se muestra a una persona pronunciando la sílaba “ga” pero el audio está manipulado para que se escuche “ba”. Al escucharlo con los ojos cerrados todos los participantes escuchaban claramente “ba”, pero al pedirles que lo escuchasen con los ojos abiertos lo que entendían era “da”. Esto se conoce como Efecto McGurk y demuestra que nuestros sentidos trabajan al unísono y que nuestro cerebro elabora una respuesta combinada que unifica lo que percibimos por los distintos canales a los que tenemos acceso.

Lo que sí que realmente existe son preferencias personales sobre un tipo u otro de estímulos a la hora de aprender. Es decir, podemos sentirnos más cómodos con los debates o con las imágenes, pero esto no supone que nuestros resultados sean mejores si nos ofrecen el tipo de estímulo de nuestra preferencia. De hecho, según un estudio publicado por el British Journal of Psychology, los estudiantes que afirmaban ser aprendices visuales o verbales pensaban que recordarían mejor las imágenes o las palabras, pero esas preferencias no tenían correlación con lo que realmente recordaban mejor. 

Además en un mundo complejo como el actual se requieren habilidades complejas y combinadas. Promover y practicar todo tipo de aprendizajes (más teóricos, más visuales, de experimentación, analíticos, etc.) hará que los estudiantes fortalezcan y construyan una serie de destrezas polivalentes que les van a ayudar en su vida diaria y en su carrera profesional. Cada contenido, cada contexto, nos va a pedir un determinado tipo de enseñanza o aproximación. Deberíamos imaginar el cerebro humano cómo una caja de herramientas con distintas formas de pensar. Cultivarlas todas, en mayor o menor medida,  es lo que nos hará realmente competitivos. Solo de esta forma podremos adaptar nuestra capacidad de análisis a las circunstancias y características de cada problema al que nos enfrentemos.

Por tanto, clasificar o encasillar a un alumno en un estilo de aprendizaje concreto puede resultar contraproducente. Es más, muchas de estas clasificaciones son previas a la explosión de la tecnología y la era de los datos, por lo que también deberíamos plantearnos si realmente son adecuadas a esta nueva realidad o han quedado obsoletas.

 

Conclusión: estilos de aprendizaje sí o no

Gracias a las clasificaciones que sugieren los distintos tipos de estilos de aprendizaje, podemos conocer los puntos fuertes y débiles de los alumnos.

Esto nos permitirá reforzar sus aspectos más sobresalientes, pero también enseñarles más formas de aproximarse al contenido, descubrirles nuevas posibilidades y abrir su mente a caminos inexplorados para ellos. Trabajar en el aula, desde las diferentes materias, con distintas metodologías, estilos de aprendizaje y estrategias de estudio, supone un modo de ofrecer a los alumnos más variedad para tomar sus propias decisiones y enfrentarse a su vida futura.

En definitiva, no debemos incorporar interacciones en un curso porque nos dirigimos a alumnos kinestéticos sino porque esta técnica sirve para recuperar la curva de atención de los alumnos y para mantener el engagement lo que nos servirá cuando la materia a tratar sea densa y necesitemos fragmentarla.

El foco deberíamos ponerlo en otros aspectos de la enseñanza, por ejemplo, en que los aprendizajes sean significativos. Cuando se responde a los intereses de los alumnos o se dota al contenido de un significado o utilidad para ellos, es cuando realmente se queda grabado en la memoria. O dicho de otra manera, las personas aprenden mejor cuando se enfrentan a la necesidad de comprender algo relevante para ellos. Establecer conexiones entre el material y las experiencias de los alumnos es por tanto vital.

Escribe aquí tu comentario