Durante mucho tiempo hemos sido amigos de las etiquetas, más bien estáticas, muchas veces en forma de títulos a la hora de definirnos como profesionales. Pero estas etiquetas o títulos que tienen que ver casi siempre con nuestra formación universitaria terminan por limitarnos, en una época en la que son las competencias profesionales y no las atribuciones profesionales las que marcan el éxito en una carrera profesional.
Experiencia vs. Formación
A cualquiera que le preguntes después de 10 años en el mercado laboral sobre lo que está aplicando en su puesto actual de lo aprendido en sus años universitarios, se parará a reflexionar un poco y le costará encontrar los nexos para explicar qué parte de lo aprendido utiliza en su día a día. Con esto no quiero decir que la formación universitaria no sea necesaria, que lo es y mucho. Sino que forma parte de una etapa en la cual nuestra principal ocupación es formarnos y amueblar nuestra cabeza para ponerla al servicio de la sociedad después. Es una etapa breve (en torno a 4-6 años), comparada con una carrera profesional (40-50 años), pero sigo encontrando a menudo currículums de profesionales con experiencia que se empeñan en hablar primero de todo sobre su formación académica en el CV, cuando en la mayoría de ocasiones dista mucho de lo que son ahora como profesionales y es que resulta muy difícil saltarse la etiqueta “Ingeniero en…” o “Licenciado en…” como carta de presentación. La verdad es que son pocas las ocasiones en que a un profesional con experiencia le beneficia más hablar primero de su formación académica que de su experiencia, pues las empresas suelen tener mucho más en cuenta la experiencia anterior similar a la deseada que la formación.
Por el contrario, las empresas lo que demandan son profesionales para cubrir posiciones concretas, rara vez definidas por un título académico, sino por una función, más o menos operativa, pero que tiene que ver con actividades y procesos necesarios para la empresa y orientados a la obtención de resultados; posiciones que cambian y evolucionan conforme lo hace la propia empresa y sus necesidades.
Por ejemplo, si pensamos en una Dirección de Operaciones, muchos pensarán que lo natural es que la desempeñe un Ingeniero/a, mejor si es de Organización. Pero si le preguntamos a un Licenciado/a en ADE, nos dirá otra cosa y pondrá el acento en la dimensión financiera de las operaciones y tratará de llevárselo a su terreno. Lo cierto es que cada empresa pone el acento en un aspecto u otro en función de su actividad, pero lo que marcará la decisión de a quién incorporar tendrá más que ver con el profesional y su experiencia previa, su capacidad de gestión y el nivel de competencia demostrado en las entrevistas que en si es Ingeniero Técnico con un MBA, un Ingeniero en Organización o un Licenciado en ADE con un Master en Finanzas.
Cree en ti mismo y plantea soluciones
Hace un par de años en la jornada “Trabajar en Automoción” José Asensio (Paint Plant Manager en Ford) decía, “en principio buscamos ingenieros, pero la especialidad no es tan importante… se busca personal con plena disponibilidad… que pueda rotar por varios departamentos… que tengan dotes de liderazgo… y sepan gestionar personas y proyectos”. Lo que buscan al incorporar ingenieros es una determinada forma de pensar, de entender y afrontar los problemas, pero tener un conocimiento técnico específico no es tan importante. En este sentido, recuerdo un amigo que hizo el proyecto final de carrera en Ford, pero su actividad allí no se centró en su especialidad (Electricidad) sino en analizar problemas de rayas en la pintura de las carrocerías, establecer las causas y proponer soluciones de mejora. Tuvo que ser flexible y adaptarse, creer en sí mismo y plantear soluciones. Las empresas en las que ha trabajado después se han beneficiado de su aprendizaje, a la vez que le han dado nuevas oportunidades de crecimiento profesional. Hoy en día poco tiene que ver con el recién titulado que terminó la Ingeniería Industrial (Electricidad).
Cada vez más, las empresas tienen claro que su éxito depende de las personas que en ellas trabajan, de sus potencialidades, competencias actitudes y valores dependerá que sean capaces de generar nuevas oportunidades de negocio y de mejora, que sean capaces de crecer y evolucionar, de estar por delante de la competencia.
La “titulitis” nos limita
En mi opinión hemos de ser flexibles también a la hora de definirnos, sin perder nuestra identidad, por supuesto. Pero si utilizamos etiquetas cerradas estaremos limitando también las oportunidades profesionales a las que podríamos acceder. Las etiquetas están para resumir la información y nos ayudan a explicar conceptos y definirnos en pocas palabras y tenemos que usarlas para comunicar. Por ejemplo, puedo decir que soy Licenciado en Psicología y estaré en lo cierto, pues es lo que he estudiado. También puedo decir que soy Comercial, pues es parte de mi trabajo habitual, pero también puedo decir que soy Técnico de Reclutamiento y Selección y no mentiría o que soy Orientador o Responsable del Área de Carreras Profesionales o de Formación. Además son etiquetas que utilizo, adaptándolas para que mi interlocutor me entienda en cada momento. Si entendiera que un Psicólogo debe trabajar fundamentalmente en Psicología Clínica, me sentiría bastante frustrado, pero muy al contrario ser flexible y adaptable me ha permitido aprender de diferentes experiencias, evolucionar como profesional y poder asumir trabajos diversos con solvencia, entendiendo que lo que he estudiado es una base, sobre la que construir y reconstruir.
Como profesionales, la “titulitis” nos limitará en nuestras posibilidades de desarrollo, nos impedirá, si quiera, plantearnos un cambio de orientación de carrera que nos abra nuevas puertas y nuevas horizontes, será una forma fácil de quedarse estancado y acomodarse. Como empresas, esa titulitis nos hará perder la oportunidad de incorporar fantásticos profesionales, que complementen los perfiles ya existentes en la organización y aporten nuevos enfoques.