El arte perdido de jugar
Éramos niños y jugábamos. Sin esperar nada a cambio, sin medir resultados, con la única intención de pasarlo bien. Luego crecimos, y nos volvimos serios. Nos dijeron que la vida era otra cosa: seriedad, eficiencia, productividad. Y nos lo creímos. Hasta que alguien nos planta delante una revelación incómoda: el juego es el núcleo de la creatividad, el combustible de la innovación.
A eso vino Eduardo Jáuregui en el último encuentro de Innova&Acción, a recordarnos que, en el fondo, deberíamos mirar más a menudo a nuestra infancia y aprender de ella.

El despertar de los sentidos
Vivimos en un mundo de horarios ajustados, de reuniones programadas con semanas de antelación y de correos electrónicos que llenan la bandeja de entrada a velocidad vertiginosa. Pero poco a poco, la ponencia de Jáuregui fue desmontando certezas.
“Jugar es cosa seria”, nos dijo, y por un instante el aire se volvió más ligero, como si alguien hubiera descorrido las cortinas de una estancia en penumbra.
Nos habló de los Beatles, que jugaban en el estudio hasta que la genialidad les explotaba en las manos. De los premios Nobel, que se permiten perder el tiempo con ocurrencias aparentemente absurdas antes de cambiar el mundo. Del grafeno, descubierto en una tarde de experimentación casi infantil. Parecía que el mensaje era claro: la innovación nace donde hay curiosidad y libertad.

El enemigo invisible: la rutina sin chispa
Pero hay un enemigo al acecho: la rutina mecánica, esa que nos lleva a repetir los mismos pasos cada día, sin espacio para la sorpresa. Ese compañero de trabajo que camina por los pasillos de la oficina con la mirada perdida, que responde correos electrónicos como quien sigue un ritual sin sentido. Ese jefe que mide la productividad en minutos y no en ideas. Y la cura, según Jáuregui, no está en una charla motivacional vacía, sino en algo mucho más natural: el juego.
“El juego es el único acto de rebeldía que la rutina no puede controlar”, nos dijo con una media sonrisa.
Mindfulness, yoga, teatro de improvisación… cualquier actividad que nos ayude a recuperar la espontaneidad, la alegría de hacer por hacer, sin estar preocupados por el resultado. El juego, como acto cotidiano, nos hace más flexibles, más despiertos, más humanos.

El tiempo suspendido
No fue solo teoría. Hubo práctica. Nos hicieron caminar por la sala como si estuviéramos en un bosque encantado. Luchamos como caballeros medievales, aunque sin espadas, pero con la misma intensidad. Y, sin darnos cuenta, caímos en la trampa: nos olvidamos del reloj, de las apariencias, de lo que dirían los demás. Y en ese instante, volvimos a ser niños.
Esto, por supuesto, no es nuevo. Mihaly Csikszentmihalyi, un investigador difícil de pronunciar pero imprescindible de leer, lo llamó “flow”.
“Ese estado en el que el yo desaparece y solo queda la acción, como si el mundo entero hubiera dejado de existir a nuestro alrededor.”
Los grandes artistas, los científicos revolucionarios, los escritores que crean universos de la nada conocen bien esta sensación. Y la buena noticia es que no es exclusiva de ellos: cualquier persona dispuesta a dejarse llevar por la curiosidad puede experimentarla.

Herramientas para innovar
Cuando la sesión terminó, quedó en el aire una pregunta que nadie se atrevió a responder de inmediato: ¿por qué dejamos de jugar? ¿Por qué nos resignamos a una vida de obligaciones cuando sabemos que podemos encontrar alegría en lo cotidiano? Quizá la clave no esté en trabajar más, sino en trabajar con más ligereza, en aprender a reírnos un poco de nosotros mismos, en atrevernos a mirar el mundo con ojos de explorador.
La creatividad y la innovación son dos caras de la misma moneda. No es posible innovar sin antes haber cultivado una mentalidad abierta, capaz de desafiar lo establecido y de imaginar nuevas posibilidades. En un mundo que premia la eficiencia y la velocidad, olvidamos que las mejores ideas nacen de la experimentación, de la curiosidad sin barreras, del atrevimiento de salir del guion preestablecido.
Las empresas y los profesionales que entienden esto son los que logran marcar la diferencia. Fomentar la creatividad en el trabajo no es un lujo, sino una necesidad. La innovación no surge de la rigidez, sino del juego, de la capacidad de asumir riesgos con la ligereza de quien confía en el proceso.
Si quieres saber más, a continuación puedes ver la entrevista que le hicimos a Eduardo Jauregui.