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En el siglo XX la información era poder. En el siglo XXI posiblemente lo sea el criterio.

La avalancha de información que nos inunda a diario, tanto en el ámbito personal como en el profesional hace que algunos investigadores concluyan que sus efectos pueden ser negativos no solo en el bienestar personal, sino en la toma de decisiones, la innovación o la productividad.

El estrés personal procede tanto de no poder procesar la información tan rápido como llega como de la expectativa personal y social que supone el mantener el ritmo de respuesta que puede llevar al agotamiento y a la desmoralización, llegando a generar consecuencias físicas como la denominada “apnea del correo electrónico”, por citar algún ejemplo.

Evidentemente la sobrecarga de información no es un problema actual, sino que, como casi todo en la historia del ser humano, aparece de forma cíclica. Imaginemos el momento en el que la imprenta generó una proliferación de material impreso que superó la capacidad de absorción de los seres humanos del momento. O el papel carbón y más tarde las fotocopias,  por poner algunos ejemplos. Evidentemente la digitalización, como casi todo también en la evolución tecnológica del hombre, lo ha multiplicado de forma exponencial: ya no se trata solo de duplicar la información, sino de que cualquiera puede producirla.

Pero también las organizaciones tienen un alto coste al gestionar un exceso de información, por distintos motivos relacionados tanto con las grandes cantidades de tiempo dedicadas a manejar información sin valor, como con las interrupciones constantes que suponen la recepción y gestión de esa información. Además, la toma de decisiones se ve condicionada por los diferentes escenarios que la gestión y la utilización de dicha información plantean.

Pero, ante todo esto, ¿hay alguna solución?

Una vez más, las alternativas se plantean tanto en el ámbito tecnológico, como en el humano y tanto a nivel organizacional como personal.

En muchas ocasiones fenómenos como el FOMO, o miedo a perderse algo, son los que nos llevan a sobrecargar más nuestras mentes de información.

Así, por una parte, existen tecnologías accesibles, aunque no tan generalizadas como pudiera creerse, como los filtros de correo electrónico; softwares a medida que han desarrollado algunas empresas, adaptadas al comportamiento de usuarios concretos; o herramientas de apoyo a la gestión del tiempo y de la información, tan básicas como las que propugnan: http://five.sentenc.es (ningún email con más de 5 frases).

También la introducción de “tecnologías” no relacionadas con lo digital puede ayudarnos a ello. Así, por ejemplo, el diseño está trabajando en múltiples aspectos de la visualización de la información. Sin embargo, hay que ser muy cuidadoso, pues el propio diseño genera un contenido que sesga la información misma, con las ventajas y los peligros que de ello se derivan.

Sin embargo, las respuestas empresariales a la sobrecarga de información y a otro tipo de sobrecargas, como la colaborativa, necesitarán de mucho más que tecnología, necesitarán de un cambio cultural, así como de normas organizativas que eviten que la comunicación se convierta en falta de comunicación.

Por otro lado, nuestro cerebro es complejo y algunos investigadores, como Robert Anderson, han demostrado que puede seguir creciendo y desarrollándose para dotarlo de una mayor capacidad que permita afrontar la complejidad y ver e integrar más perspectivas. Desgraciadamente las investigaciones de este mismo autor indican que, solo el 25% de los adultos trabajan para crecer en esta etapa y menos del 5% alcanzan los niveles más altos de desarrollo.

Haciendo un paralelismo entre nuestro cerebro y un ordenador, muchos de nosotros estamos tratando de ejecutar aplicaciones de Windows en un sistema operativo de MS-DOS.

Pero, hemos de tener en cuenta que, en este paralelismo entre el desarrollo de nuestro cerebro y la actualización del sistema operativo, existe una diferencia: en nuestro caso, no se borra el sistema operativo anterior. Por ello, “las actualizaciones” pueden cambiar el centro de gravedad y hacerte retroceder en otros niveles.

Para actualizar el sistema operativo podemos:

  • Integrar más perspectivas que choquen y desafíen las propias. Hay muchas formas de hacerlo, pero las más importantes pasan por establecer contactos con personas ajenas a tu red habitual.
  • Buscar y aprovechar retos personales y profesionales que impliquen a otras personas, en los que esté en juego algo importante y, sobre todo, el éxito no esté garantizado.
  • Reflexionar sobre las experiencias, los éxitos y los fracasos, dedicando tiempo a ello.
  • Acallar el denominado “vagabundeo mental” asociado a nuestra red narrativa que se activa cuando pensamos en los demás, en nosotros, en nuestro pasado y nuestro futuro. Eso nos permitirá descubrir otras conexiones aparentemente separadas. La meditación o el deporte, ayudan habitualmente a ello.

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