En muchas ocasiones, entender el origen de los fenómenos nos ayuda a comprenderlos en toda su extensión y, al comprenderlos, a abordarlos adecuadamente. Por ello, es importante recordar que, de acuerdo con algunos autores un ecosistema (y no nos referimos únicamente a los de innovación) se caracteriza por:
- Una red de interacciones e interdependencias entre las partes.
- La existencia de sinergias, que implican que el comportamiento de todo el sistema no puede predecirse por el comportamiento o las características integrales de alguna de sus partes o del sistema cuando éstas se consideran de manera separada. El concepto nace de una propiedad básica de la materia: el todo es mayor que la suma de las partes. Por tanto, la interacción de todas ellas genera complejidad, estabilidad de dinámicas e imprevisibilidad.
- Estabilidad. Un concepto simple y a la vez complejo, porque no se refiere a la ausencia de cambio, sino a que el sistema puede moverse al ritmo de las transformaciones para conservar sus propiedades o funciones.
- Límites difusos. A diferencia de un organismo, un ecosistema no tiene piel que claramente lo separe del mundo exterior. Los ecosistemas se definen por su conexidad y los conectores se extienden a través del tiempo y el espacio dentro de una red de ecosistemas cada vez mayores.
El uso de la analogía entre los negocios y los ecosistemas fue utilizado por primera vez en el libro Bionomics: The Inevitability of Capitalism, y después han sido muchas las publicaciones que la han adoptado desde distintas perspectivas. El concepto de ecosistema de innovación se atribuye a James Moore en su artículo. Predators and Prey: a New Ecology of Competition
El concepto del ecosistema de innovación fue propuesto por vez primera por Moore en 1993 al referirse a los ecosistemas de negocios. Moore puso el foco en las oportunidades de negocio que se derivan a través de las interacciones de competición y cooperación. A lo largo de los años se han producido múltiples contribuciones a todos estos planteamientos. Aunque son muchas las definiciones que pueden realizarse en relación con los ecosistemas de innovación, podemos decir que son una red de interconexión entre empresas y otras entidades que co-evolucionan capacidades en torno a un conjunto compartido de tecnologías, conocimientos o habilidades y trabajan de forma cooperativa y competitiva para desarrollar innovación.
Los ecosistemas en el entorno empresarial se desarrollan a través de cuatro fases que constituyen su ciclo de vida: nacimiento, expansión, liderazgo y autorenovación y, cada etapa, plantea sus características y desafíos.
Son muchas las iniciativas que se están desarrollando para generar ecosistemas de innovación, sin embargo, hay una serie de elementos que deben ser tenidos en cuenta para que los esfuerzos llevados a cabo culminen en una iniciativa exitosa. Así, los ecosistemas necesitan:
- Un elemento central que contribuya a forjar su identidad y autenticidad. Esto no alude única y exclusivamente al tema o la materia “paraguas” de éste. Debe incluir aspectos culturales, de identidad, de dirección, de valores y otros. De esta forma se conseguirá incluir y excluir a los actores más y menos adecuados y generar compromiso con los primeros. Un ecosistema de innovación debe tener su “razón de ser” compartida y reconocida por todos los stakeholders.
- Cierto carácter físico. Aún cuando los ecosistemas de innovación pueden tener su base en entornos virtuales, con las ventajas derivadas de alcanzar cualquier lugar del mundo en cualquier momento, necesitan de cierto carácter físico. Es esencial tener lugares reales de encuentro en los que los miembros del ecosistema puedan interactuar y crear. De ahí el incremento de iniciativas en esa línea, dada su importancia.
- Incluir competencias transversales y multidisciplinares. Aún cuando tenga un tema dominante o unas habilidades o capacidades centrales, la diversidad es clave para la innovación en todos los niveles y, en éste, no podía ser una excepción. Además, cuanto más abierto y flexible sea un ecosistema, más potente podrá llegar a ser. Asimismo, un ecosistema debe tener cierto equilibrio entre los distintos tipos de actores, incluyendo no solo profesionales y expertos, u organizaciones públicas, sino también, clientes, estudiantes, etc. para alcanzar su capacidad máxima.
- Elementos que catalicen la inteligencia colectiva y la colaboración. Deben desarrollarse herramientas y métodos que incrementen estos dos aspectos, puesto que no siempre surgen de forma espontánea o de los intercambios informales. Estos métodos pueden incluir, por ejemplo, sistemas de gestión de la inteligencia, análisis de prospectiva, plataformas de ideación, …
- Un sistema adecuado de gobernanza. Frecuentemente este tipo de iniciativas están dominadas (y no solo iniciadas) por una organización (empresa, institución, …) que juega un papel central. Como consecuencia el valor del ecosistema es capturado principalmente por ésta, con las consecuencias en la retención y compromiso del resto de actores que se derivan de ello. En ese sentido algunos de estos ecosistemas están planteando nuevos tipos de gobernanza similares a las que se encuentran detrás de los mecanismos de blockchain.
Es necesario reinventar la cocreación gracias a mecanismos del tipo blockchain
De hecho, aunque pueda parecer una paradoja, la misma “fuerza” que genera un valor compartido entre empresas que operan en un ecosistema pueden reducir la innovación y la capacidad de elección de los clientes debido al aumento de los costes de cambio y a la posibilidad de que se desarrollen estructuras de mercado oligopolísticas. Ya son muchos los ejemplos de empresas que han desarrollado ecosistemas de forma exitosa y que se han consolidado, no solo como líderes del mercado, sino como auténticos oligopolios.